Mis fieles comentaristas me animan a seguir combinando ambos tonos, y así
lo intento con el título de este prosículo: una referencia universal
escatológica matizada por una glosa científica. Hay textos que encuentran su título
una vez compuestos, pero hay títulos que incitan a escribir un texto, aunque
sea en un tono menor. ¿O no es tan menor? En breve se verá.
Cualquier
lector avisado se habrá dado cuenta de la omisión de un término en la poética
tríada que preside el prosículo. La palabra que falta –‘culo’, que seguramente
será objeto de un tratamiento aparte, como merece ese glorioso sector de la
anatomía humana (y no solo humana)–, ha sido omitida por razones que tienen que
ver exclusivamente con la lógica clasificatoria. Pues de lo que aquí se trata
es de una especie de passio excrementitia,
del interés por todo lo excretado.
Una fascinación
que surge tempranamente en el niño, que observa que, más allá de todo lo que
puede emitir por los órganos superiores de su cabeza (gritos, voces, mocos,
babas...), es capaz de generar otros productos misteriosos con las partes
inferiores de su anatomía. Y dicho interés crece, además, por la actitud de sus
mayores, que muestran toda suerte de tabúes acerca de dichas partes y sus frutos,
algo que sin duda el infante percibe.
La atracción
por esas producciones corporales tiene asimismo que ver con la aparente
autonomía con que son excretadas. Voces, gritos y babas son, a partir de cierta
edad, resultado de un acto de la voluntad. Pero la tríada de los bajos –como
también podríamos llamarla–, surge en principio sin control voluntario por
parte del infante. Solo la represión educativa a que se verá sometido forzará
su dominio sobre los esfínteres.
Por
último, –y en un análisis apresurado nos atreveríamos a afirmar que este es el
argumento definitivo–, el excelso goce que experimenta el cuerpo en la
liberación excrementicia ocasiona un grado de felicidad tal, que el infante
excrementante no puede sino celebrar el momento y el resultado de su emisión,
sea esta en cualquiera de los tres estados de la materia.
Sin
embargo, como adelantábamos, el proceso educativo da al traste con los pueriles
goces de la caca, el pis y el pedo. El interés adulto por los mismos está
generalmente mal considerado y puede derivar en coprofilia. En unos sublimes
versos inspirados por Escatonia, musa de la mierda pura, podemos resumir toda
nuestra sabiduría acerca del asunto:
Por la caca la pasión
motiva la admiración
desde la más tierna edad
de un infante sin maldad.
motiva la admiración
desde la más tierna edad
de un infante sin maldad.
Pero si en los años adultos
prosigues con la afición
de regodearte con fruición
en todo lo que es marrón,
seguro que a juicio de otros
eres digno de censura
y al final se te atribuye
algún tipo de locura.
prosigues con la afición
de regodearte con fruición
en todo lo que es marrón,
seguro que a juicio de otros
eres digno de censura
y al final se te atribuye
algún tipo de locura.
Pues quien de todo esto huye,
sin comerse mucho el tarro,
con facilidad concluye
que eres un vulgar guarro.
sin comerse mucho el tarro,
con facilidad concluye
que eres un vulgar guarro.
Esa es la triste verdad: guarro y más que guarro es el adulto marrón. Por
ello conviene no proseguir mucho el análisis, no nos vayan a aplicar el
adjetivo. A pesar de todo, no podemos eludir una cita culta en nuestro descargo,
en la que mismísimo Erasmo de Rotterdam reflexiona sobre el pedo: “Algunos
recomiendan a los niños que retengan los ruidos apretando las nalgas. Pues
bien, está mal coger una enfermedad por querer ser educado. Si se puede salir,
hágase aparte; si no, sígase el viejo proverbio: disimúlese el ruido con una
tos” (tussi crepitum dissimulet).
Palabra de humanista.
Me encanta...nunca la mierda tuvo una descripción tan poética...ya ves que gamberrada por gamberrada, las mías están escritas de forma aún más "prosicular" que las tuyas...
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