miércoles, 18 de enero de 2012

Obsesiones


Si siguiese dándole vueltas y más vueltas al tema de por qué y cómo he iniciado este blog, no solo mis escasos lectores terminarían huyendo, con indudable razón, sino que yo acabaría enloqueciendo como aquellos que se obsesionan con una actividad o se enganchan a un juego y son incapaces de dejarlo. A estos, el objeto de su interés les demanda tanta atención, que ponen en él todo su ser, de forma que, si por ventura o agotamiento, cesan en la obsesiva tarea, sus neuronas, por una suerte de inercia, prosiguen el bucle sin fin en el que se han visto encerradas. Chaplin lo mostró en una genial secuencia de Tiempos modernos, aunque ahí la actividad que generaba la obsesión era el trabajo mecánico.
Pero es más normal que el objeto de la obsesión sea en principio algo placentero. Como en ese episodio de los Simpson en el que toda la familia se pone a la tarea de completar un puzzle de miles de piezas: Homer llega a faltar al trabajo durante una semana y termina viendo la realidad con forma de pieza de puzzle. En realidad, creo que todos hemos experimentado, en mayor o menor medida, situaciones parecidas (o yo soy un bicho más raro de lo que creía), pero nada que no se supere con una buena noche de sueño (si se consigue conciliar) o con una abundante y suculenta ingesta (que desplace el interés hacia lo verdaderamente importante).
Sin embargo, cuando algo demanda la atención con insistencia (o más bien, cuando el interés de uno se vuelca monotemáticamente en un asunto) y todo parece hacer referencia al tema, la obsesión se puede convertir en una patología. En la Alemania de entreguerras, durante la hiperinflación de 1922-23 (novelada por Arthur R.G. Solmssen en Una princesa en Berlín, Tusquets), cuando los bienes más básicos alcanzaron precios de billones de marcos, se diagnosticó una enfermedad mental que podríamos traducir como “infarto de ceros” o “cifritis” (así lo llamó la revista Time en 1923, pues ya existía entonces esa otra obsesión por clasificar como patología psicológica cualquier comportamiento). Los afectados por ese supuesto desorden mental escribían sin cesar ristras de ceros o trasladaban la inflación monetaria a otros ámbitos, y así podían afirmar que tenían cuatro trillones de hijos o que iban a cumplir treinta billones de años. El propio Galbraith cita el caso en uno de sus libros. La referencia a todo ello en la wikipedia en inglés: zero stroke. En nuestros días, la obsesión por los ceros ha hecho mella en los administradores de la cosa pública, que los escriben sin tasa sobre cualquier partida presupuestaria. O tempora, o mores!
Las obsesiones nos obsesionan, pero también nos aterran por que indican una falta de control sobre algo tan íntimo como nuestro supuesto libre albedrío. Sobre estos y otros temores, más otro día.

1 comentario:

  1. Ningún tipo de obsesión es buena. Todas afectan a nuestra vida y nos hacen sumergirnos en un mundo irreal del que al salir nos sentimos vacíos.
    Todo ha de tener su moderación, o nos convertiríamos en esclavos.

    Saludos!!

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