Hablábamos de obsesiones y temores, y eso me ha hecho recordar los temores
obsesivos de los colonizadores europeos en las profundas selvas del África
misteriosa.
En más de una película de colonos en la ignota jungla africana, los
“civilizados” europeos pasan noches de terror oyendo los lejanos tam-tam de
unas tribus generalmente hostiles (sus motivos tendrían), que cuentan con la
ventaja de jugar en su campo. Los pobres e ignorantes europeos, agazapados tras
sus convicciones civilizadoras, su whisky y algún que otro rifle, no alcanzan a
comprender qué sentido tiene esa algarabía tamboril. ¿Es una llamada a los
vecinos invitándolos a una merienda de negros (perdón por la incorrección
política) en la que los blancos son el plato fuerte? ¿Transmiten información
sobre su situación y fuerzas? ¿Intentan simplemente amedrentarlos? ¿Invocan a
sus espíritus? ¿O intercambian recetas para guisar a esos suculentos
europeos con aspecto de estar aún algo crudos?
Solo algunos de los más avispados blanquitos se dieron cuenta de que se
trataba de un medio de comunicación. Y les llevaría décadas comprender el
meollo de la cuestión. Veamos, en serio, cómo funcionaban esos tambores
parlantes.
En principio se pensó que se trataba de un sistema básico de mensajes,
codificados en los ritmos (algo así como los toques de trompeta en el ejército
o los de campanas en las iglesias). Pero con el tiempo se descubriría que los
tambores transmitían más información, que eran un medio de comunicación mucho más sofisticado de lo que, a ojos de los europeos, parecían capaces de
desarrollar esas tribus africanas.
Dicho proceso de descubrimiento es el punto de partida de la obra de James
Gleick, The Information (Pantheon
Books), de próxima
publicación en castellano. El sistema funcionaba porque las lenguas que lo
usaban eran lenguas tonales, es decir, lenguas en las que el significado de los sonidos no solo
depende de la pronunciación de vocales y consonantes, sino también, y en gran
medida, de los tonos (ascendentes, descendentes...) con que se pronuncian los
fonemas. Así, una frase cualquiera presenta una particular musicalidad, un
juego de tonos específico, que puede ser reproducido con un tambor, marcando
los sonidos altos y bajos, los ascensos y los descensos. Algo imposible para
una lengua europea actual, que solo distingue la tonalidad en casos muy
específicos. Como es lógico, un juego de tonos concreto podía corresponder a frases
muy distintas, de ahí que para transmitir un mensaje fuese necesario añadir más
frases, información redundante, que aclarase el contexto y diese sentido al
conjunto.
No he podido dejar de contar esta historia, narrada con mucho más detalle y
gracia en el citado libro de Gleick, pues me pierde la erudición. Los tambores
nos han traído por unos derroteros más serios de lo que en principio se
proponía este blog, que nació con una intención jocosa. En este punto, no sé si
realmente debo mantener esta línea o recuperar el tono gamberro del principio.
¿O quizá combinar ambos, al modo
bipolar de la Oro en su blog?
Pues yo voto porque haga lo que le dé la gana, que jocoso o erudito, da gusto leerlo.
ResponderEliminarComo dije a Begoña todos tenemos un lado bipolar!!
ResponderEliminarMientras se sea uno mismo, da igual que lado pueda aflorar en cada momento.
Vous ne trafiquez pas d'un sel plus fort quand, au matin, dans un présage de royaumes et d'eaux mortes hautement suspendues sur les fumées du monde, les tambours de l'exil éveillent aux frontières l'éternité qui bâille sur les sables - Saint-John Perse
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