Un buen amigo, bajo una apariencia anónima, dejó hace ya días un breve
comentario en un prosículo anterior en el que hablábamos de los tambores
africanos. Su contribución era una cita de la Anábasis de Saint-John Perse. Por su belleza y pertinencia, me
permito repetirla aquí en versión castellana:
no trafiquéis con una sal más fuerte, cuando, por la
mañana, en un presagio de reinos y de aguas muertas, suspendidas por encima de
los humos del mundo, los tambores del exilio despiertan en las fronteras
la eternidad que bosteza en las arenas
La imagen de la sal, como símbolo de vida o de sustancia que anima algo
mortecino, aparece poco antes cuando el poeta proclama “¡Yo avivaré con sal las
bocas muertas del deseo!”. Todo esto me ha llevado a leer a Saint-John Perse (y
a escribir menos), pero dicha lectura no dejará de tener su reflejo en futuros
prosículos.
Las imágenes de los tambores africanos como amenazante música de fondo en
la selva son obvias en otros fragmentos literarios. Céline, en un tono muy
diferente, le hace decir al hombre que el protagonista encuentra en la profunda
selva después de días de búsqueda:
Si ha venido usted por
el tam-tam, ¡no se ha equivocado de colonia!... Porque aquí lo tocan porque hay
luna y después porque no la hay… Y luego porque esperan la luna… En fin,
¡siempre por algo! ¡Parece como si se entendieran con los bichos para
fastidiarte, esos cabrones! Como para volverse loco, ¡se lo aseguro! Yo me los
cargaba a todos de una vez, ¡si no estuviera tan cansado! Pero prefiero ponerme
algodón en los oídos…
Viaje al fin de la noche, Edhasa (trad. de Carlos Manzano).
Y en otro pasaje, en el que también se refiere una búsqueda, ya clásica,
por la selva africana, Joseph Conrad escribe:
Tal vez en alguna noche
tranquila el temblor de los tambores lejanos, apagándose, subiendo, un temblor
dilatado, desmayado; un sonido sobrenatural, atractivo, sugerente y salvaje; y
tal vez con un significado tan profundo como el sonido de las campanas en un
país cristiano.
El corazón de las tinieblas, Alianza (trad. de Araceli García Ríos e Isabel Sánchez
Araujo).
Citas que no hacen sino confirmar lo que se decía
acerca de los tambores y las lecturas que de su sonido de fondo se hicieron en
otros tiempos, pero que han quedado como imágenes clásicas de lo ignoto y
profundo de la selva africana.
No desdeñe, querido Monsieur de R., lo ignoto y profundo de las tierras turolenses. Oh, esa rompida de la hora en Calanda necesita un poeta a su altura. Si gusta...
ResponderEliminar¿No me digáis, querida gran duquesa, que en vuestro Golden Tour habéis ido a dar en las susodichas tierras (tan cerca y tan lejos)? ¿Cuándo pasaréis por la villa y corte para que os sea rendida la debida pleitesía?
EliminarNo me atrevo con versos tan ontológicos y primigenios como los que requiere la musical Calanda...